De entre los artistas modernos que después de la Segunda Guerra Mundial se establecieron en las Illes Balears para producir una extensa parte de su obra, Katja Meirowsky (Straussdorf, 1920 – Potsdam, 2012) ha permanecido injustamente alejada de los focos historiográficos. Su obra y su figura nos aparecen hoy bajo el signo de un cierto anacronismo, de extrañeza y, al mismo tiempo, de una poderosa determinación estética.
En 1952, Katja Meirowsky y su marido se establecieron en Eivissa. A pesar de formar parte del Grupo Ibiza 59, en el que fue la única mujer en un ambiente eminentemente masculino, Meirowsky vive una vida casi ascética, sin demasiadas relaciones sociales y rodeada de un pequeño grupo de amigos. Karl y Katja Meirowsky desarrollaron en la isla una afición particular por la arqueología que llevan a Karl Meirowsky a ser el primer miembro extranjero del entonces llamado Instituto de Estudios Ibicencos.
Realizada a partir de la obra que la artista conservó a lo largo de su carrera, custodiada por sus amigos Marianne y Reinhard Lippeck en Potsdam, la exposición quiere interrogar sobre las razones de la fascinación que hoy ejerce su trabajo.